El tabaco actúa básicamente mediante dos mecanismos: por la acción del contacto directo provocado por el humo, y por las sustancias tóxicas que se absorben al fumar, que llegan por la circulación sanguínea a todas las capas de la piel. Estas últimas estimulan mecanismos que finalmente llevan al aumento de la producción de radicales libres, que son los que en definitiva provocan los daños a nivel celular.
La nicotina tiene una clara acción vasoconstrictora, que se traduce en una reducción del calibre de todos los vasos sanguíneos del organismo. Los primeros en afectarse son los más pequeños, y esto produce una disminución de la cantidad de sangre que llega a los tejidos. A ello se suma que el monóxido de carbono del humo restringe la capacidad de oxígeno que se puede transportar a través de la sangre. Esa mala oxigenación afecta la piel, lo que lleva a que su nutrición no sea la más adecuada, provocando una mayor sequedad y pérdida de elasticidad, que son incluso más marcadas después de la menopausia.
Ello lleva a la aparición prematura de arrugas en las mujeres fumadoras, así como a una mayor velocidad en el proceso de envejecimiento en comparación con lo que sucede en aquellas no fumadoras, de la misma edad.
Otro de los efectos de esta adicción en la piel es la franca disminución de su brillo y la adquisición de una coloración opaca o amarillenta. Estos efectos se conocen hace muchos años y hace más de dos décadas el médico británico Douglas Model llegó a describir con precisión lo que definió como “la cara del fumador”. En ese estudio estableció una serie de signos que permiten identificar únicamente mediante la observación del rostro, si una persona ha consumido tabaco al menos por diez años en algún momento de su vida.
La alteración que el cigarrillo provoca a nivel de la microcirculación también se manifiesta en una cicatrización deficiente, por lo que el postoperatorio de cualquier cirugía en un fumador siempre resulta más complicado.
Con respecto al cabello, también sufre los efectos de las sustancias tóxicas que desprende el tabaco, tornándose más seco y quebradizo.
Si bien es verdad que el envejecimiento no sería lo más trascendente si se compara con otros efectos muy graves que el tabaco provoca en nuestra salud, desencadenando enfermedades que conducen a la muerte, en aquellas personas que están abandonando el hábito el ver una notoria mejoría en su aspecto es un efecto que resulta motivador para lograr su objetivo.
Fuente: elpais.com