LA EPIDEMIA DE LA GORDURA
Muchas cifras y pocas acciones
Por: Juan Carlos Santacruz
Director Ejecutivo Fundación Colombiana del Corazón
Somos un país, desde la ciencia y desde las políticas públicas, muy orientado a generar cifras y a actuar poco. Nos quedamos en conjuntos de recomendaciones, pero no se generan acciones concretas orientadas a la educación, que es donde está la piedra angular de una verdadera política pública que conduzca a impactar el constante crecimiento de cifras dramáticas de lo que hoy es sin duda una epidemia, como son el sobrepeso y la obesidad.
Seamos reales para iniciar una conversación sensata y buscar salidas. No hay avances, hay retroceso.
¿Qué hacer? Consideramos inaplazable innovar, crear e impulsar mensajes dentro de una pedagogía de estilos de vida que impulsen la conciencia del cuidado, pero en forma estratégica, actúen todas las entidades del estado de manera integrada con empresas, universidades y colegios para crear condiciones de ciudadanía donde se pueda desaprender lo aprendido y las personas puedan cultivar decisiones de cuidado donde viven, donde trabajan, donde estudian y donde se divierten. Hay que deconstruir imaginarios de cultura, tradiciones y costumbres basadas en sal, grasa y azúcar, adobadas en comportamientos sedentarios. Mezcla mortal: Desbalance en comida y más quietud.
En esta realidad se requieren de manera inmediata políticas públicas que hagan posible impulsar nuevos estilos de vida, donde el cuidado se convierta en una prioridad. Esas políticas públicas deben orientarse a reducir o eliminar los peligros sociales que impiden adoptar nuevos estilos de vida. Ejemplos contarios donde hay que actuar: canchas de fútbol con oferta variada y abundante de productos con azúcar, grasa y sal, además de alcohol; parques públicos con vocación ornamental (bienvenida la Vitamina N –Naturaleza), pero también con vocación de movimiento, para hacer actividad física, pero libres de humo; colegios con vitrinas de un metro para facilitar que la mirada de los niños se encuentre con una interminable oferta de dulces; estadios de fútbol con generosa oferta de colesterol para espectadores que logran adobar el grito de gol con palacios de colesterol y cervezas que si reato se promocionan como generadoras de felicidad futbolística; malteadas, batidos, multivitamínicos, bebidas proteicas e incluso antiguos medicamentos de prescripción que se promocionan en la televisión pública como sustitutos de los alimentos. ¿Vamos a esperar que la cifra del 56 por ciento sobrepase el 80 por ciento para empezar a actuar en los escenarios de la vida donde la gente toma sus decisiones de comida?
¿Qué no hacer? Que no caigamos en el mea culpa y el afán de la medida facilista de generar compendios válidos de recomendaciones nutricionales sin una estructura de comunicación y educación para el cuidado de la vida, porque lo que logran es generar prejuicios frente a la comida y que las personas empiecen a considerar que todo es malo. Dejar de comer enferma, es imperativo aprender a comer.
Partamos de una realidad clara y es que no hay alimentos saludables, hay decisiones saludables. No se trata simplemente de decir que algo es malo o bueno, porque en el estricto escenario de la valoración alimentaria y nutricional los productos no pueden clasificarse como saludables o no saludables. Eso no es verdad. Todos los alimentos, sin excepción tienen propiedades y son necesarios. Unos tienen propiedades que pueden generar cuidado y otros tienen propiedades que no permiten el cuidado cuando no se garantiza que el gasto calórico o la actividad diaria los elimine.
En ese sentido lo saludable no es la comida, sino las decisiones. Las decisiones, que son elecciones, están soportadas en costumbres y tradiciones, en platos típicos, en afecto y amor por aquellos olores y sabores que nos trasladan al hogar, a la casa, al pueblo, al entorno. Entonces, ¿Qué vamos a hacer? ¿Decirle a la gente que toda su historia gastronómica basada en azúcar, grasa y sal debe mañana cortarla y empezar un nuevo régimen que asegure bajar la cifra lamentable que entrega la ENSIN 2015?
Estrictamente hay que lograr desestimular el consumo de grasa, azúcar y sal y estimular el aumento de frutas, verduras, fibra y agua, pero dentro de un entorno de aprendizaje donde la esencia sea la educación para el cuidado, donde las personas puedan encontrar en sus entornos respuesta a sus preguntas de ¿cómo lo hago?, cuando nos quedamos en solo el ¿qué? (ENSIN, diagnósticos, estados de arte. OJO: absolutamente necesarios) los aprendizajes no se estimulan.
Para aprender a comer hay que enamorarse de la buena cocina, volver a creer en los alimentos, devolverle a la comida el disfrute y el buen momento, que la comida impulse pensamientos positivos, que tengamos ganas de comer siempre y aprender a tomar decisiones que van de acuerdo con el estilo de vida de cada uno. Porque si aprendemos a comer viviremos más y mejor.